Dra. Jennifer Bizley
Profesora Universidad de College Londres
Becaria Postdoctoral Universidad de Oxford
PhD en Neurociencia Universidad de Oxford
Translated by Inge Guerrero
Cuando la Dra. Jenny Bizley estaba siendo entrevistada para ingresar a su programa de pregrado en ciencias naturales, le preguntaron sobre qué tema de investigación le gustaría enfocarse. Sin pensarlo, respondió “neurociencia,” sorprendiéndose a sí misma por la falta de indecisión en su respuesta. Esa primera inclinación hacia la neurociencia pudo haber sido subconsciente, pero resultó duradera. Hoy, Jenny es líder de grupo en University College London (UCL), donde su laboratorio estudia cómo la actividad neuronal en la corteza auditiva modula nuestra percepción del mundo externo.
Hija de un ingeniero y una farmacéutica hospitalaria, Jenny siempre sintió una afinidad natural por las ciencias más que por las artes. Como muchos estudiantes jóvenes con interés científico, inicialmente pensó que quería formarse en medicina. Empezó a trabajar en un hospital para adquirir experiencia clínica, y rápidamente se dio cuenta de que ese camino no era la mejor opción para ella. Aunque le encantaba observar cirugías, Jenny no sentía que fuera lo suficientemente buena para tratar directamente con personas en una profesión orientada a los pacientes.. Tras esta reflexión, decidió orientar su carrera hacia la investigación.
La primera incursión de Jenny en el sistema auditivo fue accidental y ocurrió muy temprano en su trayectoria investigativa. Mientras cursaba su pregrado, envió correos electrónicos alrededor de veinte investigadores principales en Londres preguntando si tenían espacio para recibir a una pasante durante el verano. El único PI que respondió —y que le ofreció un puesto— trabajaba en biofísica coclear. Si bien esa experiencia le confirmó que la biología molecular no era lo suyo, descubrió una nueva fascinación: la cóclea. La cóclea es una estructura espiral del oído interno encargada de detectar y transmitir las vibraciones sonoras. Aunque a Jenny le cautivaban los procesos de la audición, fue más la serendipia que la intención deliberada lo que la mantuvo en el campo auditivo. Como aún no se sentía preparada para definir con precisión su tema de doctorado, aplicó a un programa de doctorado en neurociencias en Oxford que permitía rotaciones en distintos laboratorios. Estos programas son poco comunes en el Reino Unido, y en esa época lo eran aún más. Eligió rotar en un laboratorio de audición principalmente porque quería aprender electrofisiología: la emocionaba la idea de “escuchar” neuronas en tiempo real. La técnica y el sentido de camaradería en el laboratorio —más que la temática específica— fueron los factores decisivos para que eligiera ese grupo para su doctorado.
Cuando ingresó, el laboratorio acababa de publicar un artículo de alto impacto sobre audición en la corteza auditiva primaria de hurones. Jenny decidió que quería utilizar algunos de esos conceptos para estudiar la corteza auditiva secundaria y buscar áreas especializadas en la localización espacial del sonido. No obstante, había un problema que Jenny no anticipó del todo al elegir su proyecto de doctorado: existía muy poca caracterización de la corteza auditiva secundaria en el hurón, por lo que ella tendría que hacer gran parte del trabajo inicial para mapear esos campos. Los hurones son un modelo excepcional para estudiar audición de manera relevante para los humanos. Además de tener un rango de frecuencias auditivas que se superpone casi por completo con el humano, los hurones pueden distinguir entre dos voces simultáneas basándose en el tono de cada una, una habilidad que también poseen los humanos. Asimismo, emplean mecanismos similares para localizar el origen de un sonido, dependiendo de las diferencias mínimas en el tiempo en el que las ondas auditivas llegan a cada oído.
Finalmente, Jenny no tuvo tiempo de poner a prueba preguntas más orientadas por hipótesis con las que comenzó su doctorado, pero realizó un trabajo fundamental que permitió a ella y a otros investigadores estudiar vías auditivas más complejas utilizando el hurón como modelo. Aunque la investigación quizá fue menos guiada por preguntas específicas de lo que hubiera deseado, Jenny hizo un hallazgo inesperado y emocionante. Mientras registraba actividad neuronal en el cerebro de hurones a los que se les presentaban estímulos visuales —con el objetivo de determinar dónde terminaba la corteza auditiva y dónde comenzaba la visual— observó algo inusual: sin importar dónde introdujera el electrodo, incluso profundamente dentro de la corteza auditiva, obtenía respuestas al estímulo visual. Esto la llevó a identificar neuronas sensoriales multimodales en la corteza auditiva que respondían tanto a estímulos auditivos como visuales, contribuyendo así a la integración de múltiples sentidos.
Quizás en parte porque dedicó la mayor parte de su doctorado a caracterizar los aspectos básicos de los circuitos que le interesaban, Jenny decidió permanecer en Oxford para realizar un postdoctorado con una segunda mentora dentro del mismo grupo amplio de investigación en audición. Esto le permitió continuar desarrollando su trabajo de tesis en la corteza auditiva secundaria. Fue también durante este periodo que comenzó a realizar experimentos de psicofísica en seres humanos. Integrar trabajo con humanos y con hurones tenía múltiples ventajas. Los estudios en humanos aceleraban el trabajo en animales, ya que era mucho más sencillo diseñar nuevos paradigmas cuando los investigadores podían dar instrucciones verbales a los participantes y evaluar qué elementos de una tarea funcionaban y cuáles no. Luego podían adaptar estas tareas para el hurón con el fin de abordar preguntas mecanísticas que no podían resolverse en humanos. Otra ventaja del trabajo con humanos era, por supuesto, su relevancia clínica. Por ejemplo, Jenny desarrolló tareas de localización de ruido que se utilizaron para evaluar la funcionalidad de audífonos en pacientes. Para Jenny, ha sido emocionante sentir que su investigación tiene un impacto en el mundo real.
Al acercarse al final de su postdoctorado, Jenny aplicó a becas que le permitieran establecer su propio laboratorio. Obtuvo la Royal Society Fellowship y finalmente aceptó un puesto en UCL. Una vez allí, comenzó a montar su laboratorio, superando una serie de trámites administrativos para introducir un nuevo organismo modelo en la universidad: el hurón. Con el laboratorio funcionando, Jenny empezó a desafiar los límites impuestos por las tareas clásicas utilizadas en el campo. Por ejemplo, los estudios tradicionales de localización del sonido en hurones se realizan entrenándolos para mantener la cabeza inmóvil mientras se reproducen sonidos desde distintos puntos a su alrededor. Jenny quería comprender la localización sonora en un contexto más naturalista, así que diseñó un experimento en el cual los hurones podían moverse libremente mientras se les presentaban sonidos. Le intrigaba saber si los hurones codificaban la localización únicamente en relación con la posición de su cabeza, o si existía un equivalente auditivo a las “células de lugar” del hipocampo, capaz de codificar la ubicación del sonido en relación con el entorno externo. Ella y su equipo identificaron un subconjunto de neuronas que actúan como células de lugar auditivas, un hallazgo que habría sido imposible de detectar si los hurones hubieran permanecido fijados en una sola posición.
Aproximadamente cinco años después de haber establecido su laboratorio, Jenny tuvo a su primera hija, y unos años más tarde nació la segunda. Aunque equilibrar la vida familiar con la dirección de un laboratorio ha traído desafíos —particularmente educar a una de sus hijas en casa durante una pandemia global— Jenny ha llegado a reconocer que ser madre le ha aportado una perspectiva distinta sobre su carrera. Como la salud y la felicidad de sus hijas han pasado a ser prioridades superiores, ahora es capaz de afrontar contratiempos, como rechazos de becas, con mayor tranquilidad y mantener una relación más saludable con su trabajo. De cara al futuro, Jenny espera seguir desarrollando paradigmas conductuales cada vez más naturalistas para comprender la audición en contextos cotidianos. Y, por supuesto, continuará trabajando tanto con hurones como con humanos para avanzar en el entendimiento de los mecanismos auditivos con relevancia clínica. Sin duda, el laboratorio de Bizley seguirá ampliando los límites del conocimiento sobre cómo procesamos los sonidos del mundo exterior.
