Dra. Abha Gupta
Translated by Yolanda Gomez Galvez
Profesora Asociada de Pediatría – Facultad de Medicina de Yale
Becaria Postdoctoral – Facultad de Medicina de Yale
Residencia y Becaria Clínica – Hospital Infantil de Filadelfia
MD/PhD – Universidad de Pensilvania
La Dra. Abha Gupta encontró la pasión de su vida en un número de Newsweek. Hojeándolo distraídamente durante sus estudios de posgrado, se topó con un artículo de una página describiendo el autismo. Nunca había oído hablar del autismo, pero despertó su interés. El autismo afecta muchas funciones cognitivas complejas, como el pensamiento abstracto y la autorreflexión, y sintió curiosidad por los mecanismos biológicos que subyacen a estos cambios cognitivos. En aquel entonces, ella simplemente buscaba el tema perfecto para su próximo examen de doctorado y no se dio cuenta de que este tema se convertiría en el foco de su carrera. Actualmente, Abha continúa estudiando las bases biológicas del autismo como Profesora Asociada de Pediatría en la Facultad de Medicina de Yale.
Antes de que el autismo se convirtiera en su principal objetivo, el interés general de Abha por la biología de las funciones cognitivas complejas surgió durante un curso de inteligencia artificial que cursó como parte de su carrera universitaria. La clase incluía una sección sobre el uso de código para imitar la toma de decisiones humana. Aunque disfrutó del componente de programación de la asignatura, la introducción a la ciencia cognitiva le fascinó. A medida que este interés se desarrollaba, se sintió especialmente intrigada por la cognición social: ¿cómo nos percibimos en el mundo exterior?, ¿cómo influye esto en nuestras interacciones con quienes nos rodean? y ¿cómo se representan estas en el cerebro?
Al comenzar el programa de doctorado en medicina en la Universidad de Pensilvania, Abha esperaba estudiar estas cuestiones desde la perspectiva de las enfermedades psiquiátricas, ya que los cambios en la cognición y el comportamiento social son síntomas de muchas de estas enfermedades. Abha pensaba que estudiar los procesos moleculares que fallan en los modelos de estas enfermedades sería una buena manera de determinar qué procesos moleculares son cruciales para comprender la cognición social. Sin embargo, los investigadores que dirigían los laboratorios de Pensilvania centrados en estos temas la desanimaron, alegando que el campo era demasiado primitivo en ese momento y que cursar un posgrado en él era como embarcarse en una expedición condenada al fracaso. Desanimada por estas conversaciones, optó por realizar su investigación de tesis en el laboratorio de oftalmología de la Dra. Jean Bennett. Abha prosperó en el laboratorio, estudiando métodos de terapia génica para trastornos de la retina.
Al finalizar su doctorado y conseguir su título de medicina, a Abha le ofrecieron un puesto como profesora en el departamento de oftalmología de la Universidad de Pensilvania. Fue una oferta increíble: el departamento le ofreció espacio de laboratorio y financiación inicial, una oportunidad rara y excepcional para una doctora recién graduada. Sin embargo, estaba ansiosa por retomar su antigua fascinación científica por la biología de las enfermedades psiquiátricas, en particular el autismo. Abha se arriesgó y rechazó la oferta de trabajo, optando en cambio por realizar su rotación clínica y posterior residencia en el departamento de pediatría del Hospital Infantil de Filadelfia para aprender más sobre el autismo en el ámbito clínico y cómo afectaba la vida de los pacientes. Esta sería la primera vez que interactuaría con personas con autismo. El interés inicial de Abha por el autismo surgió principalmente de su deseo de estudiar la ciencia básica de la cognición social. Tras su experiencia en pediatría, comprendió de forma más profunda la gravedad del diagnóstico y la necesidad de intensificar la investigación sobre el tema para ayudar a las familias afectadas.
Su determinación, fortalecida por su experiencia trabajando con familias y pacientes afectados por el autismo, le incitó a buscar un laboratorio que estudiara la genética del autismo para su beca postdoctoral. Envió correos electrónicos no solicitados a varios profesores y consiguió un puesto en Yale en el laboratorio del Dr. Matthew State. La decisión de dejar la Universidad de Pensilvania fue un desafío, ya que había planeado quedarse en Filadelfia cerca de sus padres y comenzar a formar una familia. Sin embargo, ella dio el salto para perseguir este antiguo interés. Participó en uno de los primeros proyectos a gran escala de secuenciación completa del exoma destinados a identificar genes asociados con el autismo. El equipo descubrió una serie de mutaciones potencialmente causales, incluyendo un gen llamado EFR3A. EFR3A era más propenso a albergar mutaciones deletéreas en personas con autismo. Este gen está involucrado en el metabolismo de los fosfoinosítidos, moléculas que son importantes para la señalización en la membrana celular y son cruciales en una adecuada función sináptica.
Mientras Abha transicionaba a fundar su propio laboratorio en Yale, encontró su nicho en la investigación enfocándose en la genética de poblaciones poco estudiadas del espectro autista. Uno de sus proyectos se centra en mujeres con autismo. Dado que el autismo se diagnostica con menos frecuencia en mujeres (se diagnostica cuatro veces más en hombres que en mujeres), las mujeres suelen incluirse en la investigación sobre el autismo en menor proporción. El trabajo de Abha desempeña un papel crucial para corregir este sesgo sexual en la investigación del autismo. Además, dirige la sección genética de un estudio nacional que caracteriza una cohorte equilibrada de individuos con autismo mediante neuroimagen, electroencefalografía y métodos genéticos. El primer artículo neurogenético completo de este estudio se publicó en Brain en 2021 y demostró que las mujeres con autismo presentan un mayor número de copias de variantes, un tipo particular de mutación genética, que los hombres con autismo. Estas variantes estaban enriquecidas en genes expresados durante el desarrollo en el estriado. Este hallazgo, combinado con otros estudios de neuroimagen, sugiere que el estriado podría desempeñar un papel particularmente importante en el autismo en mujeres.
También se centra en otra subpoblación de la comunidad autista: aquellos con trastorno desintegrativo infantil (TDI). El TDI se caracteriza por una regresión tardía y profunda, o pérdida de habilidades previamente aprendidas, en la infancia. Mientras que un tercio de todos los niños con autismo muestran regresión de algún tipo, el TDI se caracteriza específicamente por una regresión drástica a una edad promedio de cuatro a cinco años en un lapso de varias semanas a meses. Estos niños pasan de tener interacciones sociales complejas a volverse no verbales o hablar solo unas pocas palabras. Sin embargo, esta distinción se pierde en el DSM-5, la versión más reciente de la guía que los médicos utilizan para diagnosticar afecciones del cerebro. En cambio, todas las afecciones relacionadas con el autismo, incluido el TDI, se agrupan bajo la clasificación más amplia de "trastorno del espectro autista (TEA)". Aunque esta amplia agrupación tiene algunas ventajas, se pierde información sobre subdiagnósticos como el TDI. El TDI puede requerir un tratamiento diferente al del TEA en general y, por lo tanto, también debería estudiarse por separado. Sin embargo, ahora es más difícil para los investigadores encontrar a estas personas para estudios o analizar información poblacional sobre la afección, ya que el TDI ya no se documenta en los historiales médicos. Este cambio también ha afectado la posibilidad de Abha de obtener subvenciones, ya que los organismos de financiación suelen cuestionar la validez de estudiar una afección que ya no figura como diagnóstico. Afortunadamente, con el apoyo de la Fundación Simons, una organización privada que financia la investigación del autismo, ha iniciado un estudio mediante cuestionarios y vídeos caseros para encontrar una cohorte de personas con TDI de todo el mundo. En el futuro, espera realizar neuroimágenes y pruebas genéticas a estos pacientes para profundizar en las bases neurobiológicas que hacen que esta afección sea tan única dentro del TEA.
Abha se ha encariñado especialmente con su trabajo con el TDI. Ha desarrollado una estrecha relación con las familias que ha reclutado para el estudio, y estas profundas conexiones, combinadas con su antiguo interés científico, alimentan su pasión por esta investigación. Sin embargo, la eliminación del TDI como diagnóstico oficial y las dificultades de financiación derivadas de este cambio hacen que la investigación sea más lenta. Abha a menudo debe decirles a las familias afectadas que “no tiene nada nuevo que contarles”. “La etiqueta [del TDI] ha desaparecido”, implora, “pero las familias no”. Esta experiencia, al gestionar tantas subvenciones rechazadas, afectó su confianza en sí misma, pero su compromiso con las familias la ayudó a perseverar. Si abandonara su investigación sobre el TDI, las familias perderían una fuente vital de apoyo.
Un tema recurrente en la narrativa de Abha es su determinación de seguir trabajando en temas de investigación poco estudiados, aún en ausencia de financiación fiable, respuestas fáciles o próximos pasos claros. Un profesor le preguntó una vez a Abha: "¿por qué estudias el autismo si no puedes ver cambios claros en el cerebro?". En lugar de eludir el reto de investigar fenómenos sin etiquetas, definiciones ni marcadores claros, Abha lo afronta de frente. Trabajando con familias que transitan estas fronteras por necesidad, Abha experimenta de primera mano el impacto humano de las enfermedades raras y menos caracterizadas, y la importancia de seguir intentando comprender cómo surgen. Es esta tenaz defensa de los pacientes y su inquebrantable curiosidad científica lo que la convierte en una científica clínica ejemplar, una persona que seguirá impulsando el campo del autismo durante años.